En nuestra relación con Jesús, podemos experimentar Su amor de muchas maneras. Pero ¿experimentamos la llenura de este amor en nuestros propios corazones? El amor de Dios es poder y este amor es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Así que, si realmente queremos agradar a Dios, entonces debemos pedir este poder continuamente para que podamos amar (con el amor incondicional y sacrificial de Dios) a este mundo perdido.